CÍRCULO CERRADO
John Buchan
Traducido por Mª Ángeles Gilabert Carrillo
U
na tarde de octubre, Leithen y yo ascendíamos por la
colina que hay sobre la cascada. Entonces vimos la casa. Había sido
una agradable mañana, aunque con niebla, pero ahora ésta había
desaparecido. La cálida luz de otoño brillaba en los campos y, en los
árboles, las hojas lucían rojas y doradas.
Permanecimos largo rato contemplando el
pequeño valle que surgía como una copa entre las colinas. Era un lugar
encantador. Había un viejo muro de piedra y, tras él, un pequeño
bosque. También se veía un pequeño prado de suave hierba verde, con un
lago de encantadoras proporciones. Y, en medio de todo ello, como una
piedra engarzada en un anillo, se hallaba la casa. Era pequeña, pero
encajaba a la perfección con su entorno. Databa del siglo XVII y tenía
grandes ventanales y pálidos muros de piedra.
Leithen se me quedó mirando y me preguntó:
—¿No te parece impresionante? Fue construida
por el gran Sir Christopher Wren. Ya sabes, el mismo que construyó la
catedral de San Pablo, en Londres. La casa tiene un nombre poco
habitual. Se llama Círculo cerrado. ¿Verdad que el nombre
le encaja a la perfección?
Entonces, Leithen me contó la historia de la
casa:
«—Fue construida en 1660 por Lord Carteron. No le
gustaban mucho las luces de la ciudad. Era inteligente y culto y
escribió varios libros muy interesantes, tanto en inglés como en
latín. Disfrutaba con las cosas hermosas y por ello empleó a los
mejores constructores y jardineros de Inglaterra para que trabajaran
en Círculo cerrado. El resultado fue un éxito maravilloso,
no sólo de Wren, sino también de los jardineros y del propio Carteron,
un auténtico triunfo.
»Cuando la casa estuvo acabada, Lord
Carteron se refugió allí durante meses con unos cuantos amigos, sus
queridos libros y su jardín.
»Se podría decir que era un egoísta, pues no
hizo gran cosa por su rey ni por su país. Pero lo cierto es que tenía
clase. Sabía disfrutar de la vida. Tan sólo cometió un error. Se
convirtió al catolicismo. En aquella época era algo peligroso, pues
los católicos no estaban bien vistos. Afortunadamente, no tuvo ninguna
consecuencia.»
—¿Qué pasó con la casa tras la muerte de
Lord Carteron? —pregunté.
«—Pues, como no tenía hijos, unos primos
heredaron la casa. Más tarde, en el siglo XVIII, los Applebys
compraron Círculo cerrado. Eran señores de campo,
entusiasmados con la caza y el tiro. Apenas cultivaron la biblioteca.
Pero, a su manera, también disfrutaban de la vida. El viejo John
Appleby era amigo mío. Enfermó del estómago cuando tenía más o menos
70 años. El médico le prohibió beber whisky. ¡Pobre John, nunca había
bebido en exceso, aunque a menudo le gustaba tomar una copa! Solía
decirme: “¿Sabes, Leithen? Desde que dejé de beber whisky, me he dado
cuenta de una cosa. He vivido una larga e intensa vida. Pero en todo
ese tiempo, nunca he estado completamente sobrio”. ¡Ja, ja, ja! En
fin, el pobre murió el año pasado. Era un buen hombre y aún lo echo de
menos. La casa fue entonces a parar a un primo lejano llamado Giffen.
—Se rio.
»Julian y Ursula Giffen… tal vez hayas oído
hablar de ellos. Las personas como los Giffen siempre van en pareja.
Escriben libros sobre sociedad o autoayuda. Libros titulados El
nuevo no sé qué o En busca de algo más o Examen
de cualquier otra cosa. Ya sabes a qué me refiero… Son personas
buenas y amables, pero increíblemente simples.
»Los conocí en un juicio. El criminal era
culpable, pero la policía no pudo probarlo. Naturalmente, los Giffen
estaban allí, compadeciéndose del pobre criminal… Yo fui dos o tres
veces a su casa, en el norte de Londres. ¡Dios mío! ¡Qué sitio! Las
sillas eran incómodas y tenían las cortinas más feas que he visto en
mi vida. No tenían buen gusto. No sabían vivir bien.»
—Me sorprende que tengas tanta amistad con
ellos —le dije—. No parece ser el tipo de personas que tú frecuentas.
—Me gustan las personas. Los abogados como
yo tenemos que estudiar a la gente; forma parte de nuestro trabajo. Y
lo cierto es que los Giffen tienen un corazón de oro. Son buenos y
sensibles y, en cierto modo, muy inocentes. Saben tan poco de la vida…
Me pregunto si se acostumbrarán a vivir en Círculo cerrado.
Justo entonces oímos el sonido de las ruedas
de una bicicleta en la carretera. El ciclista vio a Leithen y se apeó.
Tendría más o menos cuarenta años y era muy alto. Su cara, delgada y
pálida y de expresión seria, aparecía cubierta por una espesa barba.
Unas gafas gruesas cubrían sus ojos miopes. Llevaba unos pantalones
cortos de color marrón y una camisa verde horribles.
—Este es Julian Giffen —dijo Leithen—.
Julian, éste es Harry Peck. Está pasando unos días en mi casa. Hemos
parado para admirar la tuya. ¿Podríamos echar un rápido vistazo al
interior? Me gustaría que Peck viera la magnífica escalera.
—Por supuesto —dijo el señor Giffen—. Acabo
de ir al pueblo a echar una carta al correo. Espero que se queden para
el té. Vendrán unos amigos a pasar el fin de semana, gente muy
interesante.
Era gentil y educado, y evidentemente le
encantaba hablar. Nos introdujo a través de una cancela en una pequeña
rosaleda muy hermosa. Después nos acercamos a la puerta, sobre la cual
figuraba la expresión latina Carpe diem. Nunca había visto
nada como ese recibidor, con su magnífica escalera en curva. Era
pequeña, pero cada detalle encajaba a la perfección. Estaba lleno de
luz y tenía un ambiente muy apacible. Transmitía confianza y
felicidad. Giffen nos llevó a una habitación situada a la izquierda.
—¿Recuerdas la casa en la época del señor Appleby, no
Leithen? Esta era la capilla… Hicimos unos pequeños cambios…
Discúlpeme, señor Peck, ¿es usted católico?
Era una pequeña habitación muy bonita. Tenía
el mismo aspecto alegre y soleado que el resto de la casa. Pero había
estanterías nuevas de madera colgadas de las paredes, cubiertas con
libros horriblemente encuadernados y pilas de papel. Una gran mesa,
con un mantel verde, ocupaba la mayor parte de la estancia. Había dos
máquinas de escribir en sendas mesas auxiliares.
—Este es nuestro lugar de trabajo —explicó
Giffen—. Celebramos nuestras reuniones aquí. Ursula cree que cada fin
de semana deberíamos producir más trabajo. Recibimos a gente muy
interesante, proporcionándoles un lugar agradable en el que trabajar.
Una mujer entró en la habitación. «Podría
ser guapa —me dije— si lo intentara». Pero no lo intentaba. Se había
recogido el rojo cabello tras las orejas. Su ropa era horrible y poco
adecuada para la vida campestre. Tenía los ojos brillantes y agudos
como los de un pájaro y sus manos temblaban nerviosamente. Saludó a
Leithen afectuosamente.
—Somos tan felices aquí… —dijo—. Julian y yo
nos sentimos como si hubiésemos vivido siempre aquí. Nuestra vida se
ha adaptado perfectamente. Mi «Hogar para mujeres solteras» pronto
estará listo. Quiero traer incluso a mujeres jóvenes. Además, nuestras
«Clases de educación para trabajadores», empezarán en invierno.
También nos gusta mucho tener invitados. Por cierto ¿se quedarán para
el té? Vendrá el doctor Swope, y Mary Elliston, del grupo «Nueva
sociedad». También vendrá el señor Percy Blaken, de la revista Libre
pensamiento. Estoy segura de que les gustará conocerlos. ¡Oh! ¿De
veras tienen que irse? ¡Cuánto lo siento…! ¿Qué les parece nuestro
despacho? Cuando llegamos aquí era espantoso. Una especie de capilla,
oscura y misteriosa. Ahora es mucho más alegre y luminosa.
—Sí —remarqué cortésmente—. Toda la casa
tiene un aspecto alegre y luminoso.
—¡Ah! Se ha dado cuenta, ¿verdad? Es un
lugar en el que se vive muy feliz. Para nosotros es ideal, por
supuesto. Además, resulta fácil adaptarla a nuestra forma de vida e
influir en ella.
Nos dijimos adiós. No nos apetecía conocer
al doctor Swope, o Mary Elliston, o al señor Percy Blaker. Cuando
llegamos a la carretera, nos detuvimos y volvimos a mirar hacia la
casita. El sol del atardecer transformaba los pálidos muros de piedra
en oro. Parecía tranquila y placentera. Pensé en la encantadora pareja
que vivía tras esos muros y, de repente, me pareció que no tenían
ninguna importancia. La casa era lo verdaderamente importante. Tenía
un aspecto majestuoso. Parecía atemporal, sin edad, satisfecha de su
propia belleza. «La señora Giffen no encontrará fácil plasmar su
influencia en esta casa —me dije—. Es mucho más sencillo que suceda lo
contrario».
Esa noche, en la biblioteca de su casa,
Leithen hablaba sobre el siglo XVII: «El siglo pasado estaba lleno de
oscuridad; misterio y miedos. La gente lo sabía todo sobre el dolor y
la muerte; vivía con sufrimiento diario y lo afrontaba valientemente.
Por supuesto, tenían sus momentos felices, pero también tenían otros
oscuros y desesperados. Sus vidas eran como nuestro clima: tormentas
que se alternaban con sol. Después de 1660, las cosas cambiaron, se
tranquilizaron, se volvieron menos complicadas.
»Esa gente sabía cómo vivir. Fijaos en Círculo
cerrado. No tiene oscuras esquinas. Su constructor entendió cómo
encontrar la calma, el suave disfrute de la vida… El problema era que
le tenía mucho miedo a la muerte. Por eso se unió a la Iglesia
Católica, para asegurarse…»
2
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Dos años después, volví a ver a los Giffen.
Era casi el final de la estación de pesca. Me había cogido un día
libre y estaba pescando cerca de la casa de Leithen. Otro hombre
pescaba en la orilla de enfrente. Era Giffen. Le observé mientras
pescaba un gran pez. Después le llamé y nos comimos juntos los
sándwiches.
Había cambiado mucho. Se había afeitado la
barba y tenía la cara menos delgada y menos seria que antes. Además,
estaba más moreno y su aspecto era saludable. También su ropa era
diferente. Era ropa de calidad, adecuada para el campo, y le quedaba
muy bien.
—No sabía que pescaba —le dije.
—¡Oh, sí! ¡Me encanta! —contestó—. Este es
el segundo año que pesco y estoy aprendiendo todo el tiempo. Ojalá
hubiera empezado antes. No me había dado cuenta de lo divertido que
era. ¿Verdad que es un sitio precioso?
—Me alegro de que le guste la pesca. Eso le
ayudará a disfrutar los fines de semana.
—¡Oh! ¡Ya casi no vamos a Londres!
—contestó—. Vendimos nuestra casa hace un año. Realmente, nunca nos
sentimos cómodos en la ciudad. Aquí somos muy felices… Es bonito ver
crecer las cosas…
Me caía bien. Ya hablaba como un hombre de
campo auténtico.
Tras un estupendo día de pesca, me convenció
para pasar la noche en Círculo cerrado. «Puede coger el
tren que sale a primera hora de la mañana» —dijo. Me llevó en su
pequeño coche verde (¿qué habría sido de la bicicleta?) por una
carretera rural, con los pájaros cantando en los árboles.
La cena fue mi primera sorpresa. Era
sencilla, pero perfectamente cocinada, con maravillosas verduras
frescas. También había un vino excelente. «Qué raro —pensé—. Estoy
seguro de que los Giffen son los autores de Sé sobrio, sé sano».
Mi segunda sorpresa fue la propia señora
Giffen. Su ropa era bonita y le quedaba muy bien. Pero la auténtica
diferencia estaba en su rostro. De repente me percaté de que era una
mujer guapa. Tenía las facciones más suaves y redondeadas. Parecía
tranquila y feliz, y encantada con su vida.
Le pregunté por su «Hogar para madres
solteras». Se rió, divertida.
—Lo cerré después de un año. Las madres no
se sentían cómodas con la gente del pueblo. A los londinenses no les
gusta el campo —supongo que es demasiado tranquilo para ellos—.
Julian y yo hemos decidido que nuestra misión es cuidar de nuestra
propia gente aquí, en el campo.
Tal vez no estuvo bien por mi parte, pero
mencioné las «Clases para educar a los trabajadores». Giffen pareció
avergonzado.
—Lo dejé porque no creí que estuviera
haciéndoles ningún favor. ¿Para qué dar a la gente lo que no necesita?
La educación es algo maravilloso. Pero, como la medicina, sólo se debe
aplicar cuando alguien la necesita; y la gente de aquí no la necesita.
De hecho, ellos pueden enseñarme tanto de la vida… yo no puedo
enseñarles cosas tan importantes.
—En cualquier caso, cariño —dijo su mujer—,
estás tan ocupado con la casa, el jardín y la granja… Éste no es un
sitio grande, pero te ocupa mucho tiempo.
Me fijé en un cuadro que tenían en una pared
del salón. Representaba a un hombre de mediana edad con ropas de
finales del siglo XVII. Tenía una expresión inteligente y sensible.
—Es un cuadro interesante —comenté.
—Es Lord Carteron —dijo Giffen—. Él
construyó esta casa. Como estamos tan encantados con ella, nos
apetecía tener un cuadro de su creador. Encontré éste en una tienda de
Londres y me lo quedé, a pesar de que me costó bastante caro. Es un
cuadro muy agradable.
Tenía razón. Era un cuadro relajante. La
cara que representaba era confiada y sensata. Tenía una expresión
amable, pero, a la vez, dominante. «Un buen amigo —pensé —y una
agradable compañía».
Giffen me vio mirarlo y sonrió: «Me gusta tenerlo en
la casa» —me dijo.
Fuimos a la habitación que había al lado de
la entrada. Dos años antes, había sido el cuarto de trabajo de los
Giffen. Ahora, observé con sorpresa, era una especie de fundación.
Había cómodos sillones de piel y hermosas estanterías de madera vieja.
En las paredes colgaban cuadros representando escenas de pesca o de
caza. Sobre la chimenea había una cabeza de ciervo.
—Lo cacé el año pasado en Escocia —dijo
triunfalmente Giffen—. Mi primer ciervo.
Me dejó sorprendido. ¡Así que Julian Giffen
disfrutaba tanto cazando como pescando!
En una mesita había copias de El
campo, La vida campestre, y otras revistas. Nada educativo. Giffen
vio la sorpresa en mi cara.
—Traemos estas revistas para nuestros
invitados —dijo. («¿Quiénes serán sus invitados? —me pregunté—. No
creo que sean el doctor Swope, ni sus compañeros»).
Tengo muchos defectos. Y uno de ellos es
mirar los libros que tienen otras personas. Me fijé en los ejemplares
que había en las estanterías de los Giffen y me llevé una grata
sorpresa. Todos mis libros favoritos estaban allí. No había nada sobre
«El nuevo…lo que sea», o «Hacia algo más» o «Examen sobre algo
completamente diferente»…
Mientras estaba sentado en mi cómodo sillón,
sentía una sensación extraña (para evitar la rima). Me parecía que
estaba viendo una obra de teatro. Los Giffen eran los actores y se
movían felices en escena obedeciendo a algún poder invisible. En otro
momento, los actores y la escena desaparecían. Sólo era consciente de
una «presencia» —la de la casa en sí misma—. Situada en su pequeño
valle, sonriendo a nuestras modernas ideas, mientras su espíritu
influía en todos aquellos que la amaban. La casa era algo más que un
edificio; era una forma de vida. Su espíritu era más viejo que el
propio Carteron, más viejo que Inglaterra. Hace mucho tiempo, en la
antigua Grecia y Roma, existían lugares como Círculo cerrado.
Pero en esos días, se llamaban templos, y los que vivían en ellos eran
dioses.
Pero Giffen estaba hablando de sus libros:
—He estado recordando mi latín y griego —dijo—. No
los he mirado desde que dejé la universidad. ¡Y hay tantos libros
ingleses que me interesan y aún no he leído! Me gustaría tener más
tiempo para leer. Es muy importante para mí.
—Hay tantas cosas bonitas que hacer aquí
—dijo su mujer—. Los días son demasiado cortos. Es maravilloso estar
ocupado, haciendo cosas que realmente te gustan.
—En cualquier caso —dijo Giffen—, me
gustaría poder leer más. Antes, sin embargo, nunca me apetecía.
—Pero vuelves cansado de cazar y te duermes
hasta la cena —dijo cariñosamente su mujer.
Eran personas felices y a mí me gusta la
felicidad. «Saben disfrutar de la vida» —pensé. Entonces tuve una
repentina inquietud: «Han cambiado tan deprisa… Demasiado deprisa.
Alguien o algo les han influido. Ahora son más agradables,
encantadores. ¿Pero son libres? ¿Hacen lo que realmente desean? ¿O
sólo son actores en escena?»
Mientras la señora Giffen me mostraba mi
habitación, sonreía y decía:
—¿Verdad que es maravilloso? ¡Hemos
encontrado la casa perfecta para nosotros! ¡Y ha sido tan fácil
adaptarla a nuestra forma de vida!
La miré y de nuevo me pregunté quién había
cambiado a quién.
3
______________
Una tarde de noviembre, Leithen y yo
volvíamos a casa tras dar un paseo a caballo. Teníamos frío y
estábamos mojados y cansados.
—Vayamos a Círculo
cerrado —dijo Leithen—. No está lejos y los Giffen nos darán un
buen té calentito. Vas a encontrar algunos cambios.
—¿Qué clase de cambios? —pregunté.
—Espera y verás —dijo Leithen sonriendo.
Me preguntaba a qué cambios se referiría
mientras cabalgábamos hacia la casa. Nada malo, seguro; la casa no lo
permitiría.
La casa estaba más bonita que nunca. Afuera
era un día oscuro de noviembre, pero la casa estaba llena de luz. Un
fuego brillante ardía en la chimenea. Olía a madera quemada y a flores
y había una sensación tan cálida y agradable como en verano.
Nos sentamos en torno a la chimenea del
salón a tomar nuestro té caliente. Miré alrededor en busca de los
cambios que Leithen había mencionado. No los encontré en Giffen.
Estaba exactamente como le recordaba aquella noche de junio tras
nuestra jornada de pesca. Parecía un hombre inteligente y sensible,
completamente satisfecho con su vida. ¿Era mi imaginación, o se
parecía un poco al cuadro de Lord Carteron? Le miré y luego miré al
cuadro: «Sí —pensé—, hay algo ahí».
Pero, ¿y su esposa? ¡Ah! En ella el cambio
era evidente. Estaba un poco más gordita, más redonda. Sus manos
estaban adornadas con anillos. Hablaba más y reía más a menudo.
—Vamos a dar un baile en Navidad —dijo—.
Prométame que vendrán. Tenemos que hacer algo para alegrar el campo en
invierno.
—Para mí —dije —Círculo
cerrado parece alegre durante todo el año.
—¡Qué encantador, decir eso de nuestra
querida casa! —dijo ella—. Si dice cosas bonitas de nuestra casa, las
dice también de nosotros. Una casa es lo que sus dueños hacen de ella.
Estaba llenando mi pipa en el recibidor. Iba
a entrar a la sala de estar, donde la vez anterior tomamos té y
fumamos, cuando Giffen me detuvo:
—Lo siento, no fumamos allí ahora.
Abrió la puerta y me mostró el interior. Las
estanterías habían desaparecido. Parecía una iglesia. Había un pequeño
altar al final de la habitación, y una lámpara de plata ardía en él.
También había una gran cruz plateada. Giffen cerró despacio la puerta.
—Supongo que usted no lo sabía. Hace unos
meses, mi mujer se convirtió al Catolicismo. Así que transformamos
esta habitación de nuevo en una capilla. Siempre lo fue en los días de
Lord Carteron y de los Applebys.
—¿Y usted? —le pregunté.
—Yo… no pienso mucho en esas cosas. Pero
pronto haré lo mismo. Creo que a Ursula le gustará que recemos juntos.
Y, en definitiva, no hacemos daño a nadie.
4
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Leithen y yo nos detuvimos en la cima de la
colina y miramos de nuevo hacia el pequeño valle. Leithen sonrió y
dijo:
—Voy a leer todo lo que pueda encontrar
sobre el viejo Carteron. Estoy seguro de que era un hombre
extraordinariamente inteligente. Creo que su espíritu sigue vivo en la
casa. Está haciendo a otras personas actuar como él lo hizo. Puedes
quitar la capilla y darle la vuelta a la casa. Carteron conseguirá al
fin que se haga lo que él desee.
El sol salía de detrás de una nube y
brillaba en los muros de piedra de Círculo cerrado. Me
parecía que la casa tenía un aspecto triunfal.
FIN
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